En el año 1936, en la DzExposición surrealista de objetosdz la artista Meret Openheim sorprendió al público parisino con la inquietante imagen de una taza de porcelana recubierta íntegramente de piel, en su obra Objeto (Desayuno con pieles). Como ella, muchos artistas surrealistas adoptaron con entusiasmo esta forma de trabajo, creando objetos extraños a partir de yuxtaposiciones paradójicas que buscaban subvertir la racionalidad y revelar el inconsciente. Para los Surrealistas, estos objetos tenían la capacidad de resquebrajar el revestimiento de la sociedad civilizada, revelando los impulsos sexuales, sicológicos y emocionales que permanecen ocultos bajo la superficie. Los objetos banales, al ser presentados de manera inesperada, tendrían el poder de desafiar a la razón, de invitar a los inhibidos y los no iniciados (esto es, al resto de la sociedad) a conectarse con su inconsciente.Hoy, en las manos de Fernanda Guzmán, objetos banales y domésticos del mundo contemporáneo, como una silla o un balón de gas, con los que convivimos diariamente, sufren una radical –aunque delicada- metamorfosis, para transformarse en objetos sugerentes, animados por energías misteriosas, en los que se revela aquello que Breton llamó Dzlo maravilloso cotidianodz.Más allá de la belleza del material cerámico y su nobleza cristalina, estos objetos evocan sensaciones inquietantes, escenifican una pesadilla insidiosa que, oculta bajo un inofensivo paño tejido a crochet, se infiltra en lo cotidiano para subvertir el orden acostumbrado del mundo físico.Aquella amenaza latente en el mundo doméstico, en el amor maternal y sus oficiosas manualidades, se manifiesta en estos objetos a través de la ambivalencia material y emocional que sugieren. En ellos lo blando se hace duro, lo decorativo se hace sustancial, lo inofensivo se hace violento, el objeto se hace sujeto.Magdalena Atria
